¿Mano dura o rebeldía? ¿Cómo debería ser el sistema educativo perfecto?
La activista, profesora y escritora bell hooks propone en ‘Enseñar a transgredir’ un método pedagógico cuyo fin último es la consecución de la libertad.
Hace poco más de dos meses, en El Confidencial entrevistamos al profesor Juan Izuzkiza, que en su libro ‘Borregos que ladran’ propone que el principal problema de la educación en España reside en la hiperburocratización del sistema educativo, la falta de confianza de los padres en el profesorado y un alumnado con pocas ganas de aprender. Su receta para frenar el declive de la enseñanza pasa por centrarse de vuelta en el conocimiento y los conceptos, olvidar los informes y el papeleo analítico sobre el funcionamiento de las aulas —que, según Izuzkiza, resta tiempo al profesor de dedicarlo a la labor lectiva— y acabar con los planes de estudio individualizados que fomentan la subyugación de la figura del profesor a la del alumno (y su familia). Si bien muchos profesores coinciden en la detección de los principales —y persistentes— problemas de la educación, no todos proponen las mismas soluciones e, incluso, llegan a propuestas antitéticas. ¿Cuál es, en realidad, el remedio para que los alumnos se impliquen en las clases, para que los profesores estimulen el aprendizaje, para que los estudiantes de hoy sean los adultos funcionales del mañana? ¿La escuela debería regresar a la tradición y confiar de nuevo en la ‘mano dura’ o, por el contrario, el aula debería ser un espacio crítico donde se fomente la rebeldía frente al sistema y se apueste por la libertad?
“Hay una grave crisis de la educación. Es frecuente que los estudiantes no quieran aprender y los profesores no quieran enseñar”, dictaminó la profesora, escritora y activista estadounidense bell hooks —seudónimo de Gloria Jean Watkins— ya en 1994, cuando las nuevas técnicas educativas “holísticas” —que no separan el aprendizaje de conocimientos de la enseñanza de valores críticos y la creación de un clima de bienestar para el alumno— comenzaron a hacerse populares entre los educadores más jóvenes, frente al sistema de educación “bancario” tradicional, es decir, el que se basa en las acciones de “memorizar y regurgitar”, que no es lo mismo que “depositar, almacenar y utilizar posteriormente cuando sea necesario”. Han pasado casi tres décadas, pero la educación se encuentra en la misma encrucijada —probablemente sea su estado natural, y el estado natural de todo si atendemos a la teoría del péndulo— que cuando hooks —con minúscula, siempre, como acto político— propuso su alquimia para convertir las aulas en un espacio excitante de intercambio de ideas y de búsqueda de la libertad.
Ahora, su libro ‘Enseñar a transgredir’ (Capitán Swing) se publica en español y replantea la visión de la educación como un arma para desembarazarse de las estructuras opresoras sexistas, racistas, clasistas e imperialistas. Porque hooks plantea que la principal lucha que tiene lugar dentro de los colegios, los institutos y las universidades es la de “la educación como práctica de libertad y la educación que solo trata de apuntalar la dominación“. Mientras el libro de Izuzkiza pone la lupa sobre la figura del estudiante y de los pedagogos que confeccionan los planes de estudio, hooks se centra en el poder que tienen tanto profesores como alumnos para transgredir las estructuras más inflexibles de la enseñanza. Cansada de “asistir a clases donde a los profesores no les entusiasmaba enseñar, donde no parecían estar al tanto de que la educación consistía en la práctica de la libertad”.