Del parque al parqué
Azahara Fort Vanmeerhaeghe, investigadora y preparadora física especializada en recuperación de lesiones y entrenamiento para adolescentes, explica la importancia de jugar durante la infancia para una buena motricidad y un futuro deportivo saludable.
Cuando asoma la pubertad, la composición del cuerpo cambia y, de pronto, podemos volvernos patosos. No es solo que en ese periodo puedan crecerse 20 centímetros en un pestañeo, es que, en el caso de las chicas, también puede haber un aumento de su porcentaje de grasa. Por eso, Azahara Fort (Vinaròs, 1978), doctora en Ciencias del Deporte y fisioterapeuta, experta en el entrenamiento de esos cuerpos cambiantes, insiste en que se destierren mitos: “Si levanto pesas no voy a crecer, no quiero tener patorras…”, repite como una letanía mil veces escuchada. “El trabajo de fuerza es una apuesta por la salud. Por suerte, esa percepción errónea está cambiando y cada vez más equipos de formación tienen preparador físico. Aunque comenzamos a entrenarlo tarde, alrededor de los 14 años”.
¿Por qué es eso demasiado tarde? “En la edad púber es donde se rompen más cruzados de rodilla, con nefastas consecuencias para el adulto, como la artrosis prematura”. Fort, profesora en Blanquerna (Universitat Ramón Llull), considera que esto sucede, en buena medida, porque los críos “empiezan a practicar baloncesto, o cualquier otro deporte, sin saber correr bien, sin saber saltar, caer, lanzar objetos…”, sin dominar lo que ella llama “el abc del movimiento”. Motricidad básica. Aquellos niños que no han dispuesto de una hora diaria para jugar en el parque, desde que son capaces de ponerse en pie y andar, para corretear, trepar árboles, saltar a la comba o jugar incansablemente a perseguirse —mejor aún si es en compañía de otros niños— pueden pagar como factura ciertos déficits motores. “Suele faltar base de movilidad fundamental, por eso es crucial trabajar desde que tienen ocho o nueve años con ellos una forma de fuerza que se asocia a la eficiencia del movimiento”, explica esta investigadora que, en sus estudios, ha colaborado con eminencias internacionales como el doctor Greg Myer de Cincinnati o con el encargado del programa de desarrollo del atletismo profesional británico Rhodri S. Lloyd.